Todo se paga aquí.

Aire y gas comprimido
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lucio esevich
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Todo se paga aquí.

Mensaje por lucio esevich » Vie Ago 09, 2019 5:18 pm

Buenas tardes. Dejo una anécdota para entretenerse un rato :P
LAS CUENTAS SE PAGAN AQUÍ…
El Güemes de aquellos años se adormecía cómodo en su sopor, tal como un gato somnoliento ronronea sobre la falda de su amo. Los que llegaban de afuera, pretendían imprimirle al pueblo los aires de la gran ciudad no solo a través de sus relatos, sino también poniendo en práctica sus costumbres de pretendida urbanidad y aunque los habitantes naturales quedaban obnubilados por sus comentarios, desconocían los mecanismos por los que un pueblo pasa a ser ciudad, no por su cantidad de habitantes, sino por ignorar el apuro, la competencia y las necesidades de quienes conviven codo a codo con la aglomeración diaria.
Y precisamente en esa despreocupación por los espacios, que a la sazón sobraban, es que los más chicos nos movíamos cortando camino por las sendas que atravesaban los fondos de los vecinos y los baldíos, ya fuera ondeando, churrincheando o simplemente yendo a cumplir con algún mandado. Del mismo modo, los fondos de la casa de doña Rosa se comunicaban en forma de “T” con los baldíos contiguos y se podía ir entretejiendo espacios como cuentas de un collar hasta llegar a la ruta 34, en donde el hospital zonal hacía de claro límite entre el campo y el pueblo.
Tampoco es casualidad el que con Carlitos nos hayamos citado el domingo por la mañana en los fondos de doña Rosa. La “abuela “Rosa no solo era la abuela de mi compañero de andanzas sino también era llamada así cariñosamente por su bondad por todos sus allegados. Además, al pasar una puertecita estrecha de la pared trasera, se accedía a los fondos lindantes y ya quedaba uno rodeado de unos chañares añosos y un par de talas enormes, en cuyas ramas secas gustaban de asolearse las urpilas y las sachas.
No era la primera vez que faltaba a la Iglesia por irme a ondear y tal como acordamos, nos encontramos con Carlitos en el fondo de la casa de la abuela, a la hora convenida. Atravesamos la larga galería repleta de plantas y jaulas con pajaritos que la dueña de casa tenía y cruzamos la puerta que daba al baldío, en el que pululaban las gallinas y los pavos que la abuela criaba sin tanta vigilancia porque por aquellos años lo ajeno se consideraba sagrado. Comenzamos la recorrida por entre los árboles buscando con atención alguna presa, escondiéndonos entre las margaritas silvestres, pero por más que dimos varias vueltas rastrillando el lugar, no encontramos ninguna paloma y la desazón fue en aumento. Quedaba claro que habíamos llegado tarde porque ya las posibles presas se habían ido a embuchar piedritas que las ayuden en la digestión.
No era la primera vez que las aves no llegaban a la cita y tampoco era raro que para matar el aburrimiento uno disparara hondazos a troche y moche y también afinara la puntería volteando frascos y tarritos, tan abundantes en los baldíos. Las reglas eran sencillas: no valía adelantarse de una línea imaginaria, (que determinaban las rodillas paralelas de ambos) y el que volteaba un tarrito, obligaba al otro a ir a pararlo de nuevo. En aquella tarea Carlitos era implacable, tumbando cuanto frasco se le ponía por delante y a mí comenzaba a caberme el título de “acomodador oficial”, tal como sarcásticamente me apodaba, salvo cuando esporádicamente mi rival me dejara algún tarro regalado, porque ya no le quedaban piedras. En tal entretenimiento nos encontrábamos, cuando acordamos subirnos a una montaña de marlos de choclo que habían quedado como desperdicios de las humitas de Semana Santa y dispararles a los pavos con pedazos de marlo. La ocasión era perfecta para el desquite porque Carlitos no podría tener tanto control al disparar un proyectil tan liviano y errático como aquellos trocitos de marlo seco.
Tal como conté, los hondazos fallidos se multiplicaron, Carlitos empezó a protestar y los tiros errados se le fueron aumentando en la cuenta y a medida que acomodaba las latas oxidadas sobre una fila de ladrillos, su fastidio iba en aumento. Fue entonces cuando propuso una idea muy divertida pero arriesgada:
- ¿Y si les tiramos a los pavos de la abuela? -Propuso decidido.
- ¿Vos estás loco, chango? ¿No ves que le podemos dar un marlazo en el mate y dejarlos fritos? -Le contesté.
- ¡Pero tiremos con pedazos chicos, pues! - Argumentó.
Carlitos era algunos años mayor que yo y como confiaba en su experiencia, accedí al convite y como él decía, “comenzó la guerra”. Los trozos de marlo volaban por el aire zumbando como moscardones en todas direcciones y los pavos disparaban alrededor nuestro con zancadas enormes, tratando de esquivar los proyectiles que con el correr de los minutos ya habían probado ser inofensivos para el tamaño de aquellos plumíferos, a los que habíamos agarrado ocasionalmente de blanco. Y no solo eso, también los hondazos acertados empezaron a escasear, aunque excepcionalmente algún marlazo rebotara contra las enormes alas de alguna de las aves.
EL “entretenimiento” poco a poco fue perdiendo la diversión inicial y de tanto errar hondazos, Carlitos lanzó una oferta temeraria, con la velada finalidad de sacarse la frustración de tantos tiros errados:
- ¿Y si les tiramos con terrones? - Propuso con una mueca de duda.
- ¡En esta sí que no te acompaño! Contesté convencido. - ¿No vas a parar hasta que dejes algún pavo duro? -Pregunté como para que desista.
-No va a pasar nada si les tiramos colgadito. Replicó.
Asentí con una mueca de desconfianza y Carlitos pasó a mostrarme su “técnica”. Envolvía con la suela de la honda un terrón grande y tensando la goma hasta la mitad de lo que solía hacerlo, disparaba el terronazo en una trayectoria oblicua, parecida a la que usábamos para alcanzar a grandes distancias a las palomas más alejadas, como el disparo de un obús. Buscaba terrones blandos para no hacer daño a los animales, aunque de a ratos se le llenaran los ojos de tierra por algún trozo de arcilla que escapaba desde adentro de la suela. Algún terronazo cayó aislado sobre el lomo de algún ave, pero en general se veía a las claras que la técnica no resultaba y como además nos acercábamos al horario de regresar de catequesis, le propuse la retirada justo cuando los aromas de la cocina de la abuela comenzaban a envolvernos cruelmente. Y revoleando las hondas alrededor del índice, nos fuimos alejando del lugar.
Después de recorrer algunos metros, Carlitos se dio vuelta imprevistamente de cara a los pavos y tensando la goma de la honda al máximo, me comentó: - ¡Esta va por el desquite!
Sin darme tiempo a nada, soltó la suela y el terrón duro que se había guardado para el final silbó en el aire, yendo en una trayectoria casi plana a estrellarse contra la nuca de un pavo marrón enorme que había elegido como blanco. El “plaf” del piedrazo certero retumbó en todo el baldío El ave se desplomó en el acto como un coloso, mientras pataleaba alocadamente en el suelo levantando una polvareda infernal. Asustado ante el resultado de la temeraria maniobra, Carlitos empezó a gritarme:
¡Soplale el culito! ¡Dale, soplale el culito!
Soplar con fuerza a los pajaritos en la zona del ano, era un método antiquísimo de recuperación que los más grandes nos habían enseñado y cuya eficacia estaba probada de sobra, aunque nunca supe muy bien a qué atribuir tal compostura. Sin dudarlo me di a la tarea de buscar el orificio del ave en medio de una maraña de plumas. Carlitos cayó al rescate tirando del abanico de plumas de la cola hacia abajo hasta que apareció un embudo enorme, acorde al descomunal tamaño del pavo contuso y comenzó la titánica tarea de reanimación. Soplábamos hasta el cansancio turnándonos de a ratos, hasta que nos mareábamos de tanto hacerlo, aunque del maltratado animal no surgiera ni una mínima muestra de mejoría. Pasado un largo rato de insistentes intentos, el pavo comenzó a girar el cogote con fuerza y a soltar unas patadas tan furiosas que nos obligó a soltarlo. Contra todo pronóstico, el enorme animal se irguió de pronto y caminó unos pasos buscando escapar, para luego caer duro nuevamente. –¡A soplar se ha dicho! - Expresó Carlitos y comenzamos los intentos de recuperación de nuevo. En lo que él bajaba la cola del ave y yo soplaba con todo el aire que mis pulmones podían contener, noté que mi compañero de reanimación comenzaba a soltar despacio la cola del pavo, abandonando la tarea para irse incorporando poco a poco. Quise reclamarle lo mezquino de su actitud, pero al voltear la cabeza, observé sorprendido que ya la abuela lo había prendido de una de sus patillas y lo llevaba enfilando derecho hacia la puerta, mientras le desempolvaba las nalgas con una madera de cajón de frutas.
- ¡Y ya voy a arreglar cuentas con tu papá, chango inservible! Me gritó furiosa la abuela cuando ya trasponían la puerta.
Mi padre estaba de viaje y por ese motivo me salvaba momentáneamente del correspondiente castigo y comencé a “marchar derechito” por unos días, hasta que una tarde mientras esperaba sentado en un sillón a que Carlitos pasara por la galería de la abuela, noté un aleteo muy extraño en una de las jaulas y al girar la cabeza pude ver para mi sorpresa que uno de los cardenales preferidos por su dueña, caía fulminado sobre el piso de lata. El animalito pateaba hacia el cielo como ensayando una despedida de este mundo y cuando exhalaba sus últimos estertores, acudí en su ayuda. Seguro de que no había testigos, levanté la puertita de la jaula y tomé al viejo cardenal con la diestra mientras le apretaba las patitas entre el anular y el mayor por si quería escapar y comencé a soplar suavemente en la zona comentada. Soplé y soplé con tanta insistencia que casi milagrosamente el pajarito comenzó su regreso desde el “más allá”, con un suave pataleo primero, para después aletear cada vez con más fuerza, hasta que emitiendo unos chillidos feroces intentó picotearme el pulgar. Luego de la franca recuperación del moribundo, me dispuse a regresarlo a la jaula y en el instante preciso en el que lo depositaba suavemente sobre el piso, me sorprendió la abuela y sin que mediara palabra alguna, me tomó con fuerza de la oreja izquierda, obligándome a soltarlo y a retirar mi mano por debajo de los barrotes de la puerta que bajó lentamente confinando al pajarito nuevamente.
- ¡Así lo quería agarrar al señor, con las manos en la masa! - Gruño la abuela, agregando retos que le habían ido quedando pendientes de ocasiones anteriores.
Inútil fue querer explicar la situación porque toda la evidencia estaba en mi contra. El pájaro había chillado como si un gato lo apretara entre las fauces y la abuela sencillamente había acudido en su auxilio. Aguanté el reto en toda su extensión sin poder explicar lo sucedido y una vez calmada, intenté esbozar una justificación, pero ella me salió al cruce con un lacónico:
- ¡No hace falta que explique nada señor! ¡A usted el pasado lo acusa! Y dándose media vuelta se retiró a sus quehaceres satisfecha mientras yo, disimuladamente comenzaba a masajearme la oreja.
Churrinchear: La popularidad de la marca de rifles de aire “Churrinche”, terminó trasladando (Al menos en Salta y Jujuy) el nombre a cualquier riflecito de la época y churrinchear, era el término usado para indicar la salida a disparar con tales juguetes/armas.
Urpilas y sachas: palomas pequeñas y medianas respectivamente.
lucio esevich
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gabuin
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por gabuin » Vie Ago 09, 2019 5:34 pm

Tenés la virtud de llevar la escritura al cine. Hasta el olor a polvareda me hiciste disfrutar.
Recuerdos míos cuando jugaba en la troja.
Gracias y segúi escribiendo!!!
lucio esevich
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por lucio esevich » Vie Ago 09, 2019 10:51 pm

Hola Gustavo. Gracias por leer (-Y)
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Larsson
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por Larsson » Sab Ago 10, 2019 1:46 am

lucio esevich escribió:
Vie Ago 09, 2019 5:18 pm
Buenas tardes. Dejo una anécdota para entretenerse un rato :P
LAS CUENTAS SE PAGAN AQUÍ…
El Güemes de aquellos años se adormecía cómodo en su sopor, tal como un gato somnoliento ronronea sobre la falda de su amo. Los que llegaban de afuera, pretendían imprimirle al pueblo los aires de la gran ciudad no solo a través de sus relatos, sino también poniendo en práctica sus costumbres de pretendida urbanidad y aunque los habitantes naturales quedaban obnubilados por sus comentarios, desconocían los mecanismos por los que un pueblo pasa a ser ciudad, no por su cantidad de habitantes, sino por ignorar el apuro, la competencia y las necesidades de quienes conviven codo a codo con la aglomeración diaria.
Y precisamente en esa despreocupación por los espacios, que a la sazón sobraban, es que los más chicos nos movíamos cortando camino por las sendas que atravesaban los fondos de los vecinos y los baldíos, ya fuera ondeando, churrincheando o simplemente yendo a cumplir con algún mandado. Del mismo modo, los fondos de la casa de doña Rosa se comunicaban en forma de “T” con los baldíos contiguos y se podía ir entretejiendo espacios como cuentas de un collar hasta llegar a la ruta 34, en donde el hospital zonal hacía de claro límite entre el campo y el pueblo.
Tampoco es casualidad el que con Carlitos nos hayamos citado el domingo por la mañana en los fondos de doña Rosa. La “abuela “Rosa no solo era la abuela de mi compañero de andanzas sino también era llamada así cariñosamente por su bondad por todos sus allegados. Además, al pasar una puertecita estrecha de la pared trasera, se accedía a los fondos lindantes y ya quedaba uno rodeado de unos chañares añosos y un par de talas enormes, en cuyas ramas secas gustaban de asolearse las urpilas y las sachas.
No era la primera vez que faltaba a la Iglesia por irme a ondear y tal como acordamos, nos encontramos con Carlitos en el fondo de la casa de la abuela, a la hora convenida. Atravesamos la larga galería repleta de plantas y jaulas con pajaritos que la dueña de casa tenía y cruzamos la puerta que daba al baldío, en el que pululaban las gallinas y los pavos que la abuela criaba sin tanta vigilancia porque por aquellos años lo ajeno se consideraba sagrado. Comenzamos la recorrida por entre los árboles buscando con atención alguna presa, escondiéndonos entre las margaritas silvestres, pero por más que dimos varias vueltas rastrillando el lugar, no encontramos ninguna paloma y la desazón fue en aumento. Quedaba claro que habíamos llegado tarde porque ya las posibles presas se habían ido a embuchar piedritas que las ayuden en la digestión.
No era la primera vez que las aves no llegaban a la cita y tampoco era raro que para matar el aburrimiento uno disparara hondazos a troche y moche y también afinara la puntería volteando frascos y tarritos, tan abundantes en los baldíos. Las reglas eran sencillas: no valía adelantarse de una línea imaginaria, (que determinaban las rodillas paralelas de ambos) y el que volteaba un tarrito, obligaba al otro a ir a pararlo de nuevo. En aquella tarea Carlitos era implacable, tumbando cuanto frasco se le ponía por delante y a mí comenzaba a caberme el título de “acomodador oficial”, tal como sarcásticamente me apodaba, salvo cuando esporádicamente mi rival me dejara algún tarro regalado, porque ya no le quedaban piedras. En tal entretenimiento nos encontrábamos, cuando acordamos subirnos a una montaña de marlos de choclo que habían quedado como desperdicios de las humitas de Semana Santa y dispararles a los pavos con pedazos de marlo. La ocasión era perfecta para el desquite porque Carlitos no podría tener tanto control al disparar un proyectil tan liviano y errático como aquellos trocitos de marlo seco.
Tal como conté, los hondazos fallidos se multiplicaron, Carlitos empezó a protestar y los tiros errados se le fueron aumentando en la cuenta y a medida que acomodaba las latas oxidadas sobre una fila de ladrillos, su fastidio iba en aumento. Fue entonces cuando propuso una idea muy divertida pero arriesgada:
- ¿Y si les tiramos a los pavos de la abuela? -Propuso decidido.
- ¿Vos estás loco, chango? ¿No ves que le podemos dar un marlazo en el mate y dejarlos fritos? -Le contesté.
- ¡Pero tiremos con pedazos chicos, pues! - Argumentó.
Carlitos era algunos años mayor que yo y como confiaba en su experiencia, accedí al convite y como él decía, “comenzó la guerra”. Los trozos de marlo volaban por el aire zumbando como moscardones en todas direcciones y los pavos disparaban alrededor nuestro con zancadas enormes, tratando de esquivar los proyectiles que con el correr de los minutos ya habían probado ser inofensivos para el tamaño de aquellos plumíferos, a los que habíamos agarrado ocasionalmente de blanco. Y no solo eso, también los hondazos acertados empezaron a escasear, aunque excepcionalmente algún marlazo rebotara contra las enormes alas de alguna de las aves.
EL “entretenimiento” poco a poco fue perdiendo la diversión inicial y de tanto errar hondazos, Carlitos lanzó una oferta temeraria, con la velada finalidad de sacarse la frustración de tantos tiros errados:
- ¿Y si les tiramos con terrones? - Propuso con una mueca de duda.
- ¡En esta sí que no te acompaño! Contesté convencido. - ¿No vas a parar hasta que dejes algún pavo duro? -Pregunté como para que desista.
-No va a pasar nada si les tiramos colgadito. Replicó.
Asentí con una mueca de desconfianza y Carlitos pasó a mostrarme su “técnica”. Envolvía con la suela de la honda un terrón grande y tensando la goma hasta la mitad de lo que solía hacerlo, disparaba el terronazo en una trayectoria oblicua, parecida a la que usábamos para alcanzar a grandes distancias a las palomas más alejadas, como el disparo de un obús. Buscaba terrones blandos para no hacer daño a los animales, aunque de a ratos se le llenaran los ojos de tierra por algún trozo de arcilla que escapaba desde adentro de la suela. Algún terronazo cayó aislado sobre el lomo de algún ave, pero en general se veía a las claras que la técnica no resultaba y como además nos acercábamos al horario de regresar de catequesis, le propuse la retirada justo cuando los aromas de la cocina de la abuela comenzaban a envolvernos cruelmente. Y revoleando las hondas alrededor del índice, nos fuimos alejando del lugar.
Después de recorrer algunos metros, Carlitos se dio vuelta imprevistamente de cara a los pavos y tensando la goma de la honda al máximo, me comentó: - ¡Esta va por el desquite!
Sin darme tiempo a nada, soltó la suela y el terrón duro que se había guardado para el final silbó en el aire, yendo en una trayectoria casi plana a estrellarse contra la nuca de un pavo marrón enorme que había elegido como blanco. El “plaf” del piedrazo certero retumbó en todo el baldío El ave se desplomó en el acto como un coloso, mientras pataleaba alocadamente en el suelo levantando una polvareda infernal. Asustado ante el resultado de la temeraria maniobra, Carlitos empezó a gritarme:
¡Soplale el culito! ¡Dale, soplale el culito!
Soplar con fuerza a los pajaritos en la zona del ano, era un método antiquísimo de recuperación que los más grandes nos habían enseñado y cuya eficacia estaba probada de sobra, aunque nunca supe muy bien a qué atribuir tal compostura. Sin dudarlo me di a la tarea de buscar el orificio del ave en medio de una maraña de plumas. Carlitos cayó al rescate tirando del abanico de plumas de la cola hacia abajo hasta que apareció un embudo enorme, acorde al descomunal tamaño del pavo contuso y comenzó la titánica tarea de reanimación. Soplábamos hasta el cansancio turnándonos de a ratos, hasta que nos mareábamos de tanto hacerlo, aunque del maltratado animal no surgiera ni una mínima muestra de mejoría. Pasado un largo rato de insistentes intentos, el pavo comenzó a girar el cogote con fuerza y a soltar unas patadas tan furiosas que nos obligó a soltarlo. Contra todo pronóstico, el enorme animal se irguió de pronto y caminó unos pasos buscando escapar, para luego caer duro nuevamente. –¡A soplar se ha dicho! - Expresó Carlitos y comenzamos los intentos de recuperación de nuevo. En lo que él bajaba la cola del ave y yo soplaba con todo el aire que mis pulmones podían contener, noté que mi compañero de reanimación comenzaba a soltar despacio la cola del pavo, abandonando la tarea para irse incorporando poco a poco. Quise reclamarle lo mezquino de su actitud, pero al voltear la cabeza, observé sorprendido que ya la abuela lo había prendido de una de sus patillas y lo llevaba enfilando derecho hacia la puerta, mientras le desempolvaba las nalgas con una madera de cajón de frutas.
- ¡Y ya voy a arreglar cuentas con tu papá, chango inservible! Me gritó furiosa la abuela cuando ya trasponían la puerta.
Mi padre estaba de viaje y por ese motivo me salvaba momentáneamente del correspondiente castigo y comencé a “marchar derechito” por unos días, hasta que una tarde mientras esperaba sentado en un sillón a que Carlitos pasara por la galería de la abuela, noté un aleteo muy extraño en una de las jaulas y al girar la cabeza pude ver para mi sorpresa que uno de los cardenales preferidos por su dueña, caía fulminado sobre el piso de lata. El animalito pateaba hacia el cielo como ensayando una despedida de este mundo y cuando exhalaba sus últimos estertores, acudí en su ayuda. Seguro de que no había testigos, levanté la puertita de la jaula y tomé al viejo cardenal con la diestra mientras le apretaba las patitas entre el anular y el mayor por si quería escapar y comencé a soplar suavemente en la zona comentada. Soplé y soplé con tanta insistencia que casi milagrosamente el pajarito comenzó su regreso desde el “más allá”, con un suave pataleo primero, para después aletear cada vez con más fuerza, hasta que emitiendo unos chillidos feroces intentó picotearme el pulgar. Luego de la franca recuperación del moribundo, me dispuse a regresarlo a la jaula y en el instante preciso en el que lo depositaba suavemente sobre el piso, me sorprendió la abuela y sin que mediara palabra alguna, me tomó con fuerza de la oreja izquierda, obligándome a soltarlo y a retirar mi mano por debajo de los barrotes de la puerta que bajó lentamente confinando al pajarito nuevamente.
- ¡Así lo quería agarrar al señor, con las manos en la masa! - Gruño la abuela, agregando retos que le habían ido quedando pendientes de ocasiones anteriores.
Inútil fue querer explicar la situación porque toda la evidencia estaba en mi contra. El pájaro había chillado como si un gato lo apretara entre las fauces y la abuela sencillamente había acudido en su auxilio. Aguanté el reto en toda su extensión sin poder explicar lo sucedido y una vez calmada, intenté esbozar una justificación, pero ella me salió al cruce con un lacónico:
- ¡No hace falta que explique nada señor! ¡A usted el pasado lo acusa! Y dándose media vuelta se retiró a sus quehaceres satisfecha mientras yo, disimuladamente comenzaba a masajearme la oreja.
Churrinchear: La popularidad de la marca de rifles de aire “Churrinche”, terminó trasladando (Al menos en Salta y Jujuy) el nombre a cualquier riflecito de la época y churrinchear, era el término usado para indicar la salida a disparar con tales juguetes/armas.
Urpilas y sachas: palomas pequeñas y medianas respectivamente.
lucio esevich
Muy bueno Lucio!! (-Q)
Por estos lados también soliamos usar esa técnica de reanimación, solo que en vez de soplar en el culit0, soplabamos en la cabeza!! (::A)
Por alguna extraña razón a veces funcionaba y el bicho volvía a la vida.. (-P)
Un saludo!
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Nocturno
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por Nocturno » Sab Ago 10, 2019 7:04 pm

muy buen relato lucio¡¡¡ y como comenta larsson, soplarlo aveces funcionaba ¡¡¡ jajajja
ami me remonta en aquellas épocas con un toque de magia saludos ¡¡¡ (-E-)
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por calupa » Sab Ago 10, 2019 7:44 pm

Muy entretenido!!
La ausencia de Daniel Gigena y otros narradores del foro se hacía sentir....Espero que vos, Lucio, tomes esto como costumbre .
Las pulgas saltan de perro en perro ; los piojos de cabeza en cabeza y los políticos de partido en partido.
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por Natoch » Dom Ago 11, 2019 11:46 am

(:Q:) (:Q:) (:Q:) (:Q:) (:Q:) (:Q:)
Muy bueno!!
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por lucio esevich » Dom Ago 11, 2019 1:17 pm

Muchas gracias por tomarse el laburo de leer (-Y)
nachospi
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por nachospi » Lun Ago 12, 2019 11:14 pm

Excelente!!! Nada que agregar. (-H-) (-H-) (-H-) .
Abrazo. Nacho.
Shark 5,5; regulador DR; Nikko stirling 3-9x40; inflador DM (mod).
Red target CP1, Bulk Drago.
HP 900 bullpup; Fox 3-12x44.
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por lucio esevich » Mar Ago 13, 2019 10:05 am

Muchas gracias a vos por tomarte el laburo de leer Nacho.
Abrazos, Lucio.
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randall58
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por randall58 » Sab Sep 28, 2019 3:18 pm

Excelente relato. Me pintaste el cuadro a la perfección.
Me he pasado de chico horas, días, semanas, años (::C) con la fomera en el cogote, en los fondos de la casa de una tia de mi madre.
Gallinas, patos, pigmeas/os, y algún conejo, fueron blancos cuando no había presas (::A) con misma munición. Inclusive algún "quinoto" que explotaba (::A) dando blanco.pero un día, un día, de esos sin presas, estiré demasiado la resortera y la "bolita japonesa", que tenía reservada par una montera que no vino a la cita, dije imposible que tenga tantamala suerte que justo justo esquive todo el entramado del alambre tejido y fuese a dar justo, justo en la cabezade la "bataraza" que tango cuidaba mi tía. (::A)

Tampoco hubo reanimación anal posible, (::H) la tía siempre desconfió y tuvo sus sospechas, pero como nunca aparecío (desapareció el cadaver), no hubo sentencia firme, sobre el caso de la desaparición de la plumifera bataraza y los perros de vecinos que ya habían dado cuenta de otras presas, encontraron en mi una explicación y culpable incierto del sospechoso acontecimiento, pero no del todo convincente para la damnificada tía (::H) .

Como me hiciste volver 50 años atrás y revivirlo. La madre de "carlitos", amigo de andanzas, le dió buen uso (puchero) a la bataraza que vino dearriba, eso sí con la única condición que nunca debía preguntar de dónde salió, ni comentarlo en el barrio (::A) siempre algún damnificado oportuno podría reclamar (::C), solamente, le dije que eso fué el producto de un "ajuste de cuentas" a un vecino, por no devolver una pelota pulpo que había caído en su patio. (::H)


La vieja del Carlos, mucho no le convenció la historia, pero la bataraza, compensó y paro la olla en épocas de vacas flacas. (::A)

Saludos.
lucio esevich
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Re: Todo se paga aquí.

Mensaje por lucio esevich » Sab Sep 28, 2019 7:54 pm

(::A) Uuuh chango, me has dejao atrás lejos. Habías sido una maquinita de hacer macanas (-T) Abrazos.
Responder

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